Los miedos o temores infantiles son una parte normal, y probablemente necesaria, del desarrollo psicológico. El miedo ante un peligro real y la adopción de medidas para evitar o amortiguar sus efectos son algo necesarios para la adaptación y la supervivencia. El miedo consiste en la percepción de una amenaza exterior, real o posible. La ansiedad comprende los sentimientos que produce el miedo en ausencia de percepción de amenaza exterior inmediata.
Morris
y Kratochwill (1983) consideran que los miedos “evolutivos” son un componente
del desarrollo normal del niño al proporcionarle medios de adaptación a
variados estresores vitales:
1) Se trata de un fenómeno
evolutivo hasta el punto que la presencia de miedo debería considerarse
como una parte integral del desarrollo psicológico normal. Lo anómalo sería su
no presencia. El miedo tiene la finalidad de señalizar la presencia de un
peligro.
2) La mayoría de los miedos suelen ser transitorios: aparecen en niños de edad
similar y, por lo general, no suelen interferir con el funcionamiento emocional
cotidiano, desapareciendo al poco tiempo.
3) Las experiencias, vivencias y emociones aparejadas con
los “miedos evolutivos” permiten al niño
generar y consolidar medios y recursos encaminados a resolver de modo
satisfactorio situaciones estresantes.
4) Los miedos son reacciones ante una serie de estímulos,
unos externos y otros generados por el propio sujeto, que son autocalificados
como amenazadores o emparejados con estímulos percibidos como peligrosos.
Los miedos esperados
para la edad
Las posibles causas del
miedo infantil van cambiando con la edad, y se van centrando en su entorno y en
sus experiencias al ir creciendo. Así tenemos, por ejemplo, el miedo de un
recién nacido a la pérdida repentina de apoyo (al colocarlos en la balanza de
peso) o a un excesivo o inesperado estímulo sensorial, parece ser una reacción
refleja, que se manifiesta a través del llanto, una respuesta adaptativa que
sirve para alertar a la madre ante un potencial peligro que acecha al bebé.
A
los 6 meses el niño comienza a manifestar miedo ante estímulos nuevos, y se ha
llegado a ver que los varones que desarrollan mucho miedo a la novedad, después
siguen siendo temerosos en su primera infancia. Por esta edad surgen otros
muchos miedos, a las máscaras, a las alturas a los perros, etc., miedos que
tienden a aumentar hasta los 18-24 meses. A los 9 meses parece ser que la
separación de la madre durante mucho rato o quedarse solo en un lugar
desconocido es el miedo principal tanto para niños como para niñas, alcanzando
su fase más aguda al final de los dos años.
Alrededor
de los 2-4 años, cuando comienza el entrenamiento en el control de los
esfínteres, no es extraño el miedo al retrete en muchos niños. Aparecen los
temores a los animales, aunque pueden persistir por encima de esta edad.
Los
perros suelen ser el tema principal del miedo de los 3 años, mientras que el
miedo a la oscuridad lo es para los 4 años.
A
los 6 años el miedo a la escuela, a la oscuridad, a las catástrofes y a los
seres imaginarios (brujas, fantasmas), pueden convertirse en los temas
centrales.
Entre
los 6-9 años pueden aparecer temores, ya más reales, al daño físico o al
ridículo por la ausencia de habilidades escolares, sociales y deportivas. Los
niños de 9-12 años pueden experimentar miedo a la posibilidad de catástrofes,
incendios, accidentes, secuestros; temor a contraer enfermedades graves; y
miedos más significativos emocionalmente, como el temor a conflictos graves
entre los padres, pobre rendimiento escolar, o, en ambientes de violencia
familiar el miedo a las palizas o peleas.
Alrededor
de los 12 años, incluso ya de adultos, hay un descenso de los miedos a
acontecimientos naturales y surge un grupo de miedos centrados en la
sexualidad, embarazo, aborto, suicidio, niños con defectos y otros.
En
resumen, la evidencia clínica y experimental demuestra claramente que la fuente
y el contenido de los miedos cambia con la edad.
Los
niños manifiestan sus temores de diversas maneras, dependiendo de su edad y
complejidad y de su capacidad y disposición para verbalizarlos. El niño que
todavía no sabe hablar puede abrazarse, llorar, gritar y tratar de huir de las
situaciones que le asustan, y a veces muy difícil averiguar cuál es el estímulo
que lo atemoriza. El niño mayor puede dudar a la hora de comentar o incluso
nombrar aquello a lo que teme, bien por la creencia que se convertirá en
realidad (al adjudicarle poder mágico a las palabras), bien por el miedo al
ridículo y la burla.
Consejos para los
padres
Los
pediatras pueden ayudar a los padres a tener paciencia con los temores de sus
hijos. En el caso de los niños pequeños, se puede sugerir a los padres que los
tomen, los abracen, y les tranquilicen con su contacto físico, asegurándoles
con su proximidad o presencia que el objeto o situación temidos no pueden
hacerles daño. Con los niños pequeños que están ansiosos y excitados las
explicaciones lógicas no tienen utilidad alguna.
Para
los niños en edad escolar y mayores, el apoyo físico y emocional debe
completarse con palabras tranquilizadoras. A menudo hay que repetir las
explicaciones directas y sencillas cada vez que aparece el objeto o situación
temidos, de esta manera va perdiendo su efecto estresante. El niño con el
tiempo se hace capaz de distinguir entre la sensación de miedo y el hecho de
que la causa del mismo no pueda en realidad, hacerle daño.
Se
les recomienda a los padres que no avergüencen, ridiculicen o humillen a los
niños miedosos y que no los obliguen a revivir las situaciones que los
atemorizan con la esperanza de que así logren superar su temor, este método
puede inducir temor y reforzar el miedo, además de complicar el tratamiento
posterior en caso de ser necesario.
Conviene
concederle algún poder sobre la situación, como poder encender o dejar
encendida una luz si tienen miedo a la oscuridad, llamar por teléfono a los
padres cuando éstos salen alguna noche, o tener un gatito o un perrito
inofensivos si tiene miedo a los perros y gatos. Cada vez que el niño domina de
alguna forma la situación temida, deberá ser reforzado con palabras de ánimo o
con reforzadores materiales.
En
cualquier caso, son esenciales la calma, la confianza, el aliento y la ayuda de
los propios padres.
Además
se conoce que los temores de los niños reflejan muchas veces los temores de los
padres.
Cuando
los temores de los niños se presentan en una frecuencia alta, cuando alteran el
desarrollo evolutivo normal del niño, cuando le causa limitaciones en su vida
diaria, y los padres no saben como manejar la situación, se impone entonces
consultar a un especialista en conducta infantil.
Dr
Eduardo Hernández G.
Pediatra
y Terapeuta de la Conducta Infantil.
Instagram: @dr.eduardo.pediatra y @terapiadelaconductainfantil
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