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martes, 15 de noviembre de 2016

LOS MIEDOS INFANTILES


Los miedos o temores infantiles son una parte normal, y probablemente necesaria, del desarrollo psicológico. El miedo ante un peligro real y la adopción de medidas para evitar o amortiguar sus efectos son algo necesarios para la adaptación y la supervivencia. El  miedo consiste en la percepción de una amenaza exterior, real o posible. La ansiedad comprende los sentimientos que produce el miedo en ausencia de percepción de amenaza exterior inmediata. 

Morris y Kratochwill (1983) consideran que los miedos “evolutivos” son un componente del desarrollo normal del niño al proporcionarle medios de adaptación a variados estresores vitales:
1) Se trata de un fenómeno evolutivo hasta el punto que la presencia de miedo debería considerarse como una parte integral del desarrollo psicológico normal. Lo anómalo sería su no presencia. El miedo tiene la finalidad de señalizar la presencia de un peligro.
2) La mayoría de los miedos suelen ser transitorios: aparecen en niños de edad similar y, por lo general, no suelen interferir con el funcionamiento emocional cotidiano, desapareciendo al poco tiempo.
3) Las experiencias, vivencias y emociones aparejadas con los “miedos evolutivos” permiten al niño generar y consolidar medios y recursos encaminados a resolver de modo satisfactorio situaciones estresantes.
4) Los miedos son reacciones ante una serie de estímulos, unos externos y otros generados por el propio sujeto, que son autocalificados como amenazadores o emparejados con estímulos percibidos como peligrosos

Los miedos esperados para la edad
Las posibles causas del miedo infantil van cambiando con la edad, y se van centrando en su entorno y en sus experiencias al ir creciendo. Así tenemos, por ejemplo, el miedo de un recién nacido a la pérdida repentina de apoyo (al colocarlos en la balanza de peso) o a un excesivo o inesperado estímulo sensorial, parece ser una reacción refleja, que se manifiesta a través del llanto, una respuesta adaptativa que sirve para alertar a la madre ante un potencial peligro que acecha al bebé.
A los 6 meses el niño comienza a manifestar miedo ante estímulos nuevos, y se ha llegado a ver que los varones que desarrollan mucho miedo a la novedad, después siguen siendo temerosos en su primera infancia. Por esta edad surgen otros muchos miedos, a las máscaras, a las alturas a los perros, etc., miedos que tienden a aumentar hasta los 18-24 meses. A los 9 meses parece ser que la separación de la madre durante mucho rato o quedarse solo en un lugar desconocido es el miedo principal tanto para niños como para niñas, alcanzando su fase más aguda al final de los dos años.
Alrededor de los 2-4 años, cuando comienza el entrenamiento en el control de los esfínteres, no es extraño el miedo al retrete en muchos niños. Aparecen los temores a los animales, aunque pueden persistir por encima de esta edad.
Los perros suelen ser el tema principal del miedo de los 3 años, mientras que el miedo a la oscuridad lo es para los 4 años.
A los 6 años el miedo a la escuela, a la oscuridad, a las catástrofes y a los seres imaginarios (brujas, fantasmas), pueden convertirse en los temas centrales.
Entre los 6-9 años pueden aparecer temores, ya más reales, al daño físico o al ridículo por la ausencia de habilidades escolares, sociales y deportivas. Los niños de 9-12 años pueden experimentar miedo a la posibilidad de catástrofes, incendios, accidentes, secuestros; temor a contraer enfermedades graves; y miedos más significativos emocionalmente, como el temor a conflictos graves entre los padres, pobre rendimiento escolar, o, en ambientes de violencia familiar el miedo a las palizas o peleas.
Alrededor de los 12 años, incluso ya de adultos, hay un descenso de los miedos a acontecimientos naturales y surge un grupo de miedos centrados en la sexualidad, embarazo, aborto, suicidio, niños con defectos y otros.
En resumen, la evidencia clínica y experimental demuestra claramente que la fuente y el contenido de los miedos cambia con la edad.

Los niños manifiestan sus temores de diversas maneras, dependiendo de su edad y complejidad y de su capacidad y disposición para verbalizarlos. El niño que todavía no sabe hablar puede abrazarse, llorar, gritar y tratar de huir de las situaciones que le asustan, y a veces muy difícil averiguar cuál es el estímulo que lo atemoriza. El niño mayor puede dudar a la hora de comentar o incluso nombrar aquello a lo que teme, bien por la creencia que se convertirá en realidad (al adjudicarle poder mágico a las palabras), bien por el miedo al ridículo y la burla.

Consejos para los padres
Los pediatras pueden ayudar a los padres a tener paciencia con los temores de sus hijos. En el caso de los niños pequeños, se puede sugerir a los padres que los tomen, los abracen, y les tranquilicen con su contacto físico, asegurándoles con su proximidad o presencia que el objeto o situación temidos no pueden hacerles daño. Con los niños pequeños que están ansiosos y excitados las explicaciones lógicas no tienen utilidad alguna.
Para los niños en edad escolar y mayores, el apoyo físico y emocional debe completarse con palabras tranquilizadoras. A menudo hay que repetir las explicaciones directas y sencillas cada vez que aparece el objeto o situación temidos, de esta manera va perdiendo su efecto estresante. El niño con el tiempo se hace capaz de distinguir entre la sensación de miedo y el hecho de que la causa del mismo no pueda en realidad, hacerle daño.
Se les recomienda a los padres que no avergüencen, ridiculicen o humillen a los niños miedosos y que no los obliguen a revivir las situaciones que los atemorizan con la esperanza de que así logren superar su temor, este método puede inducir temor y reforzar el miedo, además de complicar el tratamiento posterior en caso de ser necesario.
Conviene concederle algún poder sobre la situación, como poder encender o dejar encendida una luz si tienen miedo a la oscuridad, llamar por teléfono a los padres cuando éstos salen alguna noche, o tener un gatito o un perrito inofensivos si tiene miedo a los perros y gatos. Cada vez que el niño domina de alguna forma la situación temida, deberá ser reforzado con palabras de ánimo o con reforzadores materiales.
En cualquier caso, son esenciales la calma, la confianza, el aliento y la ayuda de los propios padres.
Además se conoce que los temores de los niños reflejan muchas veces los temores de los padres.
Cuando los temores de los niños se presentan en una frecuencia alta, cuando alteran el desarrollo evolutivo normal del niño, cuando le causa limitaciones en su vida diaria, y los padres no saben como manejar la situación, se impone entonces consultar a un especialista en conducta infantil.

Dr Eduardo Hernández G.
Pediatra y Terapeuta de la Conducta Infantil.
Comisión de Pediatría Social de la SVPP





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